En agosto de este año regresé a la India, hacía 6 años que no iba. Recuerdo la primera vez que pisé suelo indio, me sentía como una extraterrestre llegando a un nuevo mundo. En la India nada funciona como estamos acostumbrados, por eso es el país que más me ha obligado a salir de mi zona de confort, a cambiar mis creencias y patrones. Es un país que sí o sí te confronta y te demuestra que la vida se puede vivir de forma diferente, ya que de hecho tienes una infinidad de posibilidades para vivirla.
El que no fluye y acepta la India tal cual y como es, puede pasar un mal rato. Vacas en la calles, pitos de carros, camellos, elefantes; inumerables estilos de transporte, carretas, bicicletas, sin fin de estrellones, todo en un mismo lugar… este país te desafía a ir a lo más profundo de tu ser, a observar tus aversiones y rechazos, y a que te des cuenta del inmenso apego que tienes a tus creencias, a tu linda vida en Occidente. La India sólo te ofrece la mejor oportunidad de ir profundo en tu ser, romper patrones y aceptar que todo es posible en esta vida. Osho decía que:“Sólo el hecho de ir a la India ya cambiaba tu consciencia”, porque nos enseña a aceptar todo lo que hay a nuestro alrededor y comprender que todo eso está dentro de nosotros: los colores, los aromas, la diversidad, el caos, el ruido y demás
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El viaje comenzó en París y recuerdo a Suryavan diciéndonos en el Louvre: “París tiene todos los secretos del Mundo Moderno, la India tiene los secretos de la Iluminación”. Debemos vivir y experimentar los dos mundos. Algo que me marcó mucho en este viaje, a diferencia del anterior, fue que en mi primer viaje vine a Asia buscando un maestro y en este segundo viaje, tuve la oportunidad de viajar con él.
Ahora comprendo que si vine por primera vez a la India a buscar un maestro, esta segunda vez vine a buscar y comprometerme mucho más con la Iluminación.
Namaste.
