Cada vez que puedo me refugio en el sur de Chile, en una reserva forestal para recargar mis baterías. La última vez que fui me senté en la orilla del río y lo contemplé…
Comencé a observar la corriente del río y a adentrarme en sus movimientos continuos de libertad. Me perdí en las ondas que se asemejaban a caballos blancos salvajes con gran fuerza, entrega y decisión. Me entregué al momento sintiendo un flujo inagotable de energía. A medida que respiraba y contemplaba, la fuerza del río se adentraba en mi, haciéndome sentir una corriente de energía y fuerza indestructible. Sólo quería cabalgar como aquellas corrientes y recorrer la vida de igual manera que lo hacen sus faldas, acariciando cada roca, salpicando, fluyendo con la fuerza natural que permite romper cualquier límite y disfrutar la aventura recorrida. Ser libre, ser natural, ser auténtica y salvaje, poder vivir intensamente cada una de las emociones del camino sin barreras ni condicionamientos, despertando una mujer indomable.
Pero al observar la libertad de aquellas aguas, la mente de nuevo me hizo una jugada sucia al sacarme del estado de éxtasis en el que estaba, me remitió a la ciudad y visualicé el caño cercano a donde salgo a correr por la mañanas. Un lugar donde las aguas están canalizadas y direccionadas con cemento, además de sucias y estancadas. Ahí comenzó la rabia, por un lado, por lo que hacemos con el planeta, por otro, rabia por lo que hemos hecho con nosotros mismos.
¿Cómo nos atrevimos a entubar las aguas, controlarlas y direccionarlas? El agua que corre por las tuberías de las ciudades es igual a las emociones que corren por nuestra sangre: sucias, reguladas y sin libertad. Somos una sociedad que regula y controla sus emociones. Y entonces comencé a recordar todas la veces que me dijeron: “no llores”, “cierra las piernas”, “no grites”, “¡compórtate!”, haz esto o aquello. Las aguas que recorren las ciudades son iguales a nosotras, totalmente reprimidas.
Y luego nos preguntamos porqué nos ilusionan tanto todas la historias de los príncipes azules y los mundos mágicos, pues es la esperanza a que alguien o algo nos saque de este estado de represión profunda y con un toque mágico nos libere y nos lleve hasta las estrellas. Estamos cansadas de jugar el juego de la sociedad llena de máscaras y apariencias día a día, donde nos comportamos de acuerdo a un código aceptable. Pero debajo de todo eso hay un volcán de emociones salvajes que quiere gritar y explotar para luego correr libre, como la corriente de un río.
Queremos reírnos a carcajadas sin tener que estar borrachas, ser auténticas y bailar de alegría, llorar en el momento que se nos de la gana y poder expresar la rabia hasta que se agote. Pero fuimos criadas como princesas de cristal, bajo estrictas normas de comportamiento, reprimiendo dentro de nosotras a esa mujer indomable, rebelde y salvaje que quiere vivir la vida intensamente, sin límites ni condicionamientos.
Ahí fue cuando comprendí todo, comprendí porqué regreso una y otra vez a este lugar sagrado, aquí el río, los árboles, el bosque, la montaña, la nieve, el viento, constantemente me recuerdan de respirar la LIBERTAD.